Algunas de las nuevas empresas digitales parecen tener pocos competidores, como Google, Facebook o Amazon y esto podría suponer un problema con respecto a la competencia y las leyes antimonopolio. De fondo surge la constatación de cómo la economía digital está moviendo los cimientos de las ideas y leyes de la competencia. Antes de proponer soluciones precipitadas, es necesario conocer la fuerza que está detrás de esa concentración anti-competencia.

  • Las leyes de la competencia parecen no poder aplicarse bien a los nuevos gigantes digitales: ¿son un monopolio? Si es así y puesto que están presentes en varios mercados, ¿en cuáles?
  • Además, pueden afectar a la innovación: ¿cómo pueden surgir competidores viables si la competencia se realiza con productos “gratuitos”?
  • Este cambio de lógica también afecta a la producción y la gestión de datos. ¿Cómo aplicar ideas antiguas a un problema nuevo? El nuevo Reglamento de Gestión de Datos de la UE que entrará en vigor en 2018 pone tantas limitaciones que podría suponer un problema para el mercado digital.

¿Deben aplicarse las leyes antimonopolio a las grandes empresas digitales?

En la economía digital, los costes adicionales o marginales muy reducidos implican unas grandes economías de escala. Como indica Diane Coyle, “el impacto de la tecnología digital ha sido ampliar el alcance del mercado al que las empresas pueden aspirar”. Las discusiones “pre-digitales” sobre ganancia de eficiencia de las empresas grandes y su posible trasposición a los costes para el consumidor, o la posibilidad que nuevos competidores puedan entrar en el mercado son secundarias en la actualidad.

Pero con las plataformas digitales estas preguntas son aún más complicadas de resolver. Siguiendo las teorías de economistas como el premio Nobel de Economía Jean Tirole, las plataformas se expandirán hacia mercados vecinos donde, en muchos casos, un mercado “subsidiará” al otro, lo que hace que la tradicional definición de mercado utilizada por las autoridades antimonopolio queden obsoletas.

Las grandes compañías digitales argumentan que el beneficio que proporcionan a los clientes proveyéndoles de servicios “gratuitos” es enorme. Por lo tanto, ¿dónde está el problema? Además, la competencia entre ellas es enorme, como muchos expertos también defienden.

El problema, indica Coyle, es que esto puede ser cierto –la gran competencia entre grandes compañías digitales– pero igualmente puede no funcionar así. ¿Qué problemas podemos encontrar?

  1. Cómo medir el beneficio para los clientes: Google y Facebook proporcionan servicios muy valorados por sus clientes sin cobrar directamente por ello. Pero los anunciantes valoran mucho esos servicios también y los pagos que realizan se trasladarán a los consumidores del producto anunciado. ¿Qué tan de alto es ese precio? Los efectos de red de las plataformas digitales producen ganancias reales en bienestar económico, pero nadie sabe a cuánto ascienden ni quien las captura.
  2. Es necesario contemplar la interacción entre mercados puesto que las empresas digitales se mueven e interactúan en muchos de ellos. Los órganos que velan por la competencia no han prestado la suficiente atención al poder de compra de estas grandes compañías.
  3. Otro efecto, quizá el más importante, tiene que ver con el modo en que la creciente concentración tiene en los incentivos para innovar e invertir. El tema es, ¿cómo podrán aparecer un posible retador si tienen que competir aparentemente a precio cero?

Andrew White en Gartner matiza el problema: la pregunta no es cuán rápido una plataforma digital puede convertirse en monopolista –porque, siguiendo la teoría, igual que uno accede de manera rápida puede ser desbancado igualmente rápido– sino que, como indica Andrew White, “la verdadera pregunta es, ¿cuántas plataformas diferentes o diferenciadas pueden haber?”

Esta pregunta es cada vez más relevante y urgente. En primer lugar, ¿podemos vislumbrar un competidor real en el core business de Amazon, Google o Facebook? Es una reflexión importante, aunque la historia está llena de empresas que parecían “indestructibles” y cayeron.

Un segundo aspecto central es su efecto en la innovación. En EE.UU. la creación de startups, a pesar de la apariencia, está en niveles muy bajos para los últimos 40 años. Los mecanismos de la innovación han sido, conscientemente o no, sofocados.

Un tercer aspecto es que nos encontramos con nuevos mercados donde el ganador se lo lleva todo, lo que hace aumentar su posición en el sistema, fortaleciendo su capacidad para influir en las políticas que le afectarán de modo más o menos directo. Esto también puede tener efectos en la innovación y productividad.

Por tanto, concluye White, las plataformas digitales van a reordenar el mercado y el que se mueva y llegue primero va a obtener grandes ganancias, probablemente como nunca antes. Y la política no parece moverse en la misma línea así que, quien llegue primero en este nuevo mercado se mantendrá en lo más alto durante mucho tiempo y podrá escribir las reglas de la nueva “normalidad”.

Un problema paralelo: la gestión de datos entre privacidad, seguridad e innovación

Este problema de regulación y de adaptación a una nueva realidad en el mercado se ejemplifica especialmente en los intentos de regulación del creciente flujo de datos, que se ha convertido en el principal vector de la innovación. Los estados se encuentran también con grandes problemas para gestionar este nuevo tipo de actuación. Como indica Christopher Smart en Project Syndicate, la regulación del creciente flujo de datos entre EE.UU. y Europa puede complicar aún más la relación entre ambas jurisdicciones.

De nuevo, los legisladores –americanos y europeos– se encuentran con una falta de enfoque sistemático, centrándose más en consideraciones relativas a la privacidad y almacenamiento que no a la innovación. Mientras el aumento exponencial de los datos es casi inaprensible, los factores que explican este crecimiento son más sencillos de comprender: la digitalización de las relaciones personales y comerciales, desarrollo de sensores y facilidad de almacenamiento. Y, como indica Smart, esto no ha hecho más que empezar si pensamos cómo más industrias se están uniendo a esta transformación, la llegada del internet de las cosas, la inteligencia artificial, etc.

El problema es que EE.UU. y la UE tienen una visión e ideas distintas sobre el equilibrio que debe existir entre la confidencialidad de la información, la seguridad nacional y la innovación económica: desde Wikileaks a la privacidad en asuntos de terrorismo, con encendidos debates en EE.UU. o el derecho al olvido sancionado por la Tribunal Europeo de Justicia que obliga a Google a eliminar cierta información personal bajo petición. Este enfoque europeo ha quedado establecido en el nuevo Reglamento General de Protección de Datos, que entrará en vigor el 25 de mayo de 2018. Este nuevo reglamento, indica el autor, supone un incremento de las limitaciones en el uso de datos. Ni siquiera la aprobación del mercado único digital podrá sobrepasar las limitaciones de privacidad que establece para el flujo de datos personales, comerciales e industriales.

De nuevo, se está produciendo un cambio en el propio marco de referencia y lógica del mercado de la regulación. Y muchas de las políticas no se han adaptado a esta nueva realidad. Así, por ejemplo, se prioriza la “localización” de los datos, que deben almacenarse en el mismo lugar en el que se generan. Aunque la idea es proteger la privacidad, es una concepción errónea puesto que estos datos, por ejemplo, están más seguros en un sistema distribuido en la nube. Lo anterior equivale a guardar el dinero debajo del colchón.

¿Nuevos mercados, viejas regulaciones?

El efecto de los nuevos gigantes tecnológicos en múltiples mercados y la creciente preeminencia de los datos y su gestión ponen a la regulación y las políticas públicas bajo el foco. Las antiguas lógicas parecen quedar superadas por los avances tecnológicos, pero sus efectos en la competencia, el funcionamiento de los mercados o la innovación son profundos. Adaptarse a la nueva lógica es necesario, la transformación digital debe llegar a todo, incluido nuevas lógicas e ideas sobre cómo regular los mercados o los datos.