¿Son los gigantes tecnológicos una amenaza para la democracia?

Los grandes gigantes tecnológicos comienzan a experimentar un creciente desgaste en su reputación. Recientes casos como el pago de impuestos, la gestión de nuestros datos y la influencia en el empleo, entre otros, han comenzado a cuestionar las consecuencias de estas empresas. Pero ha sido el uso de las redes sociales y el big data para intentar influir de manera ilícita en las elecciones cuando sus consecuencias han comenzado a hacerse más profundas y peligrosas. ¿Cómo puede defenderse la democracia de estos ataques?

Claves

Las redes sociales han pasado de conectar personas y compartir información a favorecer el extremismo y la polarización. Con consecuencias profundas.

Facebook está bajo el punto de mira: una investigación analiza la influencia de grupos pro-rusos en la campaña electoral. Crece la demanda de regulación y la influencia de las redes sociales parece hacerlo aconsejable pero, ¿es posible?

Esta influencia política es más evidente en las democracias. El presidente de Estonia hasta 2016, Toomas Hendrik Ilves, propone la creación de una alianza democrática contra las ciberamenazas. Algunos pasos ya se están dando.

La reputación de las empresas tecnológicas: ¿un cambio?

La industria tecnológica comienza a generar una reacción negativa, indica Gregory Ferenstein en Brookings Institution, “hay llamadas para gobernar el creciente poder de Silicon Valley, desde la regulación de Facebook como un servicio público a tratar a Google como un monopolio o pedir la sindicalización de los conductores de Uber”.

La visión positiva de estas empresas tecnológicas como ejemplo de innovación y actores en el nuevo mundo comienza a desgastarse al percibirse más un poder incontrolable con consecuencias profundas y perversas en la política y la industria.

En su análisis sobre las ideas y prioridades políticas de más de 600 fundadores de empresas tecnológicas en Silicon Valley, Ferenstein y colegas de la Stanford Graduate School of Business partieron de una idea compartida por todos ellos: “un optimismo radical sobre el futuro”.

¿Está este optimismo justificado? Como indican Hannah Kuchler y Berney Jopson en el Financial Times, se comienzan a asociar muchos problemas a los gigantes tecnológicos: (no) pago de impuestos, protección de datos, destrucción de puestos de trabajo y, más recientemente, su papel en las elecciones como caja de resonancia de noticias falsas y su influencia política en la creciente polarización de la sociedad.

Facebook, en el punto de mira

“Como una compañía avergonzada por la retirada de un producto, Facebook compró publicidad a toda página en el New York Times y The Washington Post en un intento de sostener su reputación”, inciden Kuchler y Jopson. El uso de Rusia de esta red social para influir en las elecciones americanas pone en cuestión la deriva del propio Facebook, que ha anunciado nueva acciones inmediatas para proteger a “su comunidad”. Mientras, “las revelaciones de que Rusia compró 3.000 anuncios políticos amenaza con hacer tambalear el corazón del negocio”. El problema: el propio sistema de compra de publicidad, gestión y algoritmos asociados hace muy difícil saber quién, cómo o para qué alguien compra estos anuncios. La ausencia de regulación incide aún más en este problema, aunque Facebook está haciendo todo lo posible para mostrar que puede lidiar con ello sin la intervención del estado.

El debate entonces se plantea en términos familiares pero adaptados al mundo digital. Adam Schifft, el principal demócrata en el Comité de Inteligencia del Congreso, enfatiza la necesidad de Facebook de ser “buenos ciudadanos corporativos” y garantizar que potencias extranjeras no intervengan en las elecciones. Desde la industria, la respuesta es clara contra la entrada del gobierno: “Internet es una fuente de libertad y empoderamiento y proteger esa libertad de la censura es una batalla que estamos librando”, en palabras de Ed Black, presidente de la Asociación Industrial de Ordenadores y Comunicación, un lobby del que forma parte Facebook.

Actualmente, la principal propuesta proviene de dos senadores demócratas que piden que todas aquellas redes con más de un millón de usuarios tengan que tener un repositorio público de todas las elecciones y quienes hayan gastado más de $10.000. Ahora bien, saber qué publicidad está relacionada con una elección puede ser muy difícil porque no se podría tener a una persona monitorizando todo, puesto que iría en contra del propio sistema y la lógica de Facebook. Otros proponen que Facebook haga una lista de grandes empresas de comunicación y marketing autorizadas y centre sus esfuerzos en pequeños y activos grupos desconocidos.

La influencia de las redes sociales en política

El profesor de Harvard Nial Ferguson expone en el Boston Globe que “ahora es demasiado pronto para concluir que el uso de Rusia de las redes sociales decidió la elección, pero probablemente podamos concluir que las redes sociales decidieron las elecciones”. La campaña de Trump se gastó uno $ 90 millones en redes sociales, especialmente en Facebook y Twitter. Y es ahí donde Trump dominó a Clinton.

Así, “en menos de una década, la esfera pública –y el proceso democrático– han sido revolucionados”. Porque el problema no es tanto las noticias falsas o las identidades no verificadas. El problema es la “propagación de opiniones extremistas” que facilitan el contacto entre personas afines, independientemente del tamaño del grupo. “Este es el problema principal con las redes sociales que los titanes de Silicon Valley han gravemente infravalorado”. Porque los estudios muestran que las grandes redes online llevan a una polarización masiva que se autorrefuerza.

Esto va en contra de la premisa fundacional de Facebook, dice Jason Tanz en Wired, que “la cantidad de información que la población comparte es directamente proporcional a la calidad de la democracia. Y, como corolario, cuanto más expuesto estés a distintos puntos de vista, mayor la empatía y comprensión colectiva”.

Este principio podría ser cierto al principio, pero cuanto más ha crecido Facebook –y otras redes sociales– menos cierto parece. Ya en la década de 1970 Alvin Toffler habló de la “sobrecarga informativa”. Quizá, argumenta Tanz, Facebook debería cambiar y en lugar de preguntar qué quieres leer, debería

preguntarse qué es lo que debería leer. Pero esto tiene problemas de distintos tipos. Y uno importante: quizá la experiencia en Facebook sería menos adictiva y pasaríamos menos tiempo en la red social, y este no es precisamente su objetivo.

¿Una alianza de las democracias contra las ciberamenazas?

Como ha mostrado el caso de Facebook y la propaganda rusa, “la amenaza de estos ataques digitales se extiende a todas las democracias, en el Occidente y más allá” indica Toomas Hendrik Ilves, presidente de Estonia entre 2006 y 2016. Los ataques a las elecciones son asimétricos puesto que los regímenes autoritarios pueden y quieren controlar los medios de comunicación mientras que las elecciones verdaderamente libres tienen menos recursos para atajar los ataques a su propio modo de gobernanza.

La respuesta a los cibercrímenes debe ser internacional y de amplio espectro, “que vaya desde regular las redes sociales hasta preservar nuestra red eléctrica y los sistemas electorales”. Aunque la OTAN sigue siendo válida, es necesario crear una nueva alianza que vaya más allá de las fronteras y pueda proteger a todas las democracias, entendidas bajo un criterio estricto puesto que todas ellas están bajo esta amenaza.

El autor se pregunta: ¿puede Occidente establecer una “ciber OTAN”? Es difícil, como fue la creación de la OTAN. Quizá aún no hemos subido los suficientes ciberataques para mostrar la urgente necesidad de este tipo de coalición, pero estos ataques están aumentando exponencialmente. De hecho, ya en 2016 la OTAN incluyó el “ciber” como el cuarto dominio de operaciones, tras tierra, mar y aire.

Pero por el momento, sólo existe una convención internacional, la Convención de Budapest sobre Cibercrímenes, que incluye hacking, fraude o pedofilia, pero intentos más amplios, como el de hace más de una década de la ONU, han fracasado por la oposición de algunos de los países principales desde donde surgen estos ataques como son China o Rusia.

Para el presidente Ilves, las bases para un sistema internacional de defensa digital comienzan a esbozarse: la OTAN tiene un centro de excelencia en ciberdefensa cooperativa, aunque actúa más como un think tank: el Centro de Excelencia en Comunicaciones –otra iniciativa de la OTAN–, o el Centro Europeo contra las Amenazas Híbridas. Así, se cubre el amplio espectro de amenazas desde infraestructuras a redes sociales por donde se producen los ataques.

¿Qué es lo que falta? Un reconocimiento amplio de la naturaleza común de estas amenazas y la voluntad política de agrupar a todos los países interesados para garantizar la defensa de las democracias liberales.