El siglo XXI será, más aún que el XX, el siglo de las ciudades. Se prevé que en treinta años el 70% de la población resida en grandes urbes que consumirán un exceso de recursos de todo tipo. El reto es lograr que esas ciudades sean realmente humanas y estén diseñadas para el buen vivir de sus habitantes. Para pensar en ellas se creó hace ya años el concepto de smart cities o ciudades inteligentes.

¿Cuáles son las claves de una ciudad inteligente? La primera de ellas, que estén hechas a la medida de sus moradores, que no los devoren con distancias imposibles de recorrer, con un ruido insoportable y con una calidad medioambiental deficiente. La segunda, que sean integradoras, que no segreguen a los ciudadanos y que sean capaces de unir el centro y las periferias. Y la tercera, que sean sostenibles en su consumo de recursos y en sus gastos.

¿Cómo se consigue todo esto? Las nuevas tecnologías nos ofrecen un futuro halagüeño porque nos permitirán una gestión más eficiente de recursos como la energía y el agua, y abrirán las puertas a mejorar la vida de los habitantes a través del transporte de última generación, de los servicios públicos y de construcciones inteligentes.

Varias ciudades de Europa han realizado esta transformación que ha repercutido en mejoras generalizadas de la vida de los ciudadanos. Málaga, Amsterdam, Bruselas y Madrid —en la que modestamente tuve protagonismo, primero como presidente regional y luego como alcalde—, son algunas de las que han inaugurado esa revolución de futuro.

Ciudades inteligentes: el caso de Medellín

Pero algunos de los hitos más importantes están en Latinoamérica. Es paradigmático y ya célebre el caso de Medellín, una ciudad sumida en la violencia y en la miseria que, gracias a la tarea primero de Sergio Fajardo y luego de los sucesivos equipos de gobierno, se ha transformado radicalmente y es ahora una ciudad luminosa y en permanente progreso. La implementación de un sistema integrado de transporte que no excluyó a ningún sector de la población y la creación de una red de bibliotecas públicas que buscaban —y lograron— ofrecer alternativas culturales y sociales a los jóvenes que estaban a merced del narcotráfico, fueron dos de los pilares de esa transformación.

Otro ejemplo singular es el de Santiago de Chile, una ciudad comprometida en la lucha contra la contaminación ambiental, que había ido desplazando los barrios privilegiados hacia la falda de la cordillera, provocando cada vez más una brecha urbana. La mejora de su sistema de metro para evitar la congestión del tráfico y el impulso a programas de bicitransporte o de compra de coches eléctricos, no sólo han conseguido mejorar la situación medioambiental, sino que ha vertebrado la ciudad.

Con la reciente culminada Copa del Mundo de Fútbol y las próximas olimpíadas de 2016, Río de Janeiro se ha unido a este proyecto de smart cities mediante el uso de sistemas tecnológicos que transformen la ciudad en un espacio sostenible y ecointeligente. Sus autoridades han creado un centro de operaciones integradas que permite monitorizar en tiempo real asuntos relacionados con la meteorología, el tráfico, la seguridad y las emergencias de cualquier tipo, y han establecido en las laderas de sus cerros sensores que, combinados con datos meteorológicos y nuevas herramientas de comunicación, son capaces de predecir deslizamientos de tierra y advertir a las comunidades por anticipado. Para contrarrestar las enfermedades epidémicas de sus favelas, están tratando de crear un mapa digital de los puntos calientes, de modo que el personal municipal pueda actuar en la eliminación de la basura acumulada que en ocasiones atrae mosquitos y provocan casos de dengue. Y los ejemplos serían interminables.

En la construcción de las ciudades inteligentes será fundamental la aportación tecnológica —el internet de las cosas— y la arquitectura de vanguardia, necesaria no sólo para el crecimiento suburbial sino para la rehabilitación racional de los centros históricos. Pero las ciudades inteligentes no son sólo visiones futuristas de rascacielos deslumbrantes. Son salud, son cultura y son confort. Son espacios de felicidad ciudadana.