En un momento de cambio profundo, donde están en discusión las bases de un nuevo sistema económico, social e incluso político, ¿quién debe participar en esta discusión? Durante muchas décadas, se ha producido una división del trabajo donde los políticos, ciertas organizaciones y los propios ciudadanos podían participar mientras otros –como las empresas y altos directivos– debían mantenerse al margen, dedicándose a su negocio. ¿Sigue siendo cierto? El manifiesto publicado por el fundador y CEO de Facebook, Mark Zuckerberg, lo pone en entredicho.

Claves

  • Mark Zuckerberg publicó en su página de Facebook un manifiesto ideológico-político para “Construir una comunidad global” donde enumera las acciones que Facebook realizará para llevarla a cabo, entre las que incluye ayudar a desarrollar comunidades más solidarias, informadas, seguras, comprometidas e inclusivas.
  • Esta toma de posición fuerte abre un debate: ¿Deben los altos directivos y empresas explicitar y promover proyectos ideológicos? ¿Qué papel deben jugar los CEOs y sus organizaciones en un mundo en cambio?
  • Para algunos, el problema es de credibilidad: en el dilema entre accionistas y ciudadanos los intereses particulares primarán. Además, lidiar con la complejidad social y política trasciende los debates y medios habituales de las empresas.
  • Para otros, en cambio, más que criticar a aquellos CEOs y empresas que se posicionan deberíamos exigir que todos lo hicieran.

Vivimos en un momento de cambios profundos con la denominada cuarta revolución industrial con la robótica, la inteligencia artificial, la biotecnología… y caracterizada por la incertidumbre. ¿Quién debe participar en esta discusión? ¿Quiénes son los actores legítimos? ¿Deben las empresas y sus CEOs intervenir en la discusión política o deben limitarse a desarrollar su modelo de negocio y no entrometerse en la dinámica pública?

Tradicionalmente, la división del trabajo ha supuesto un papel “menos visible” a las empresas, normalmente agrupadas en instituciones sectoriales y grupos de interés. Es decir, las empresas participaban e intervenían únicamente en aquello que afectaba directamente a sus negocios e intereses directos y en lo considerado “político” las empresas y sus máximos directivos se mantenían –al menos públicamente– al margen.

El manifiesto de Mark Zuckerberg y Facebook. ¿Un punto de inflexión?

Recientemente, el CEO y fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, sorprendió con un largo texto donde expone sus reflexiones para “Construir una Comunidad Global”. Bajo este título, expone su visión ideológica en la que “el progreso requiere ahora que la humanidad se junte no como ciudades o naciones, sino también como una comunidad global” y –prosigue– “la cosa más importante que podemos hacer en Facebook es desarrollar la infraestructura social que les proporcione a las personas el poder de construir una comunidad global que funcione para todos”.

Considera que su empresa puede ayudar en cinco campos concretos:

  1. a) Fortaleciendo las comunidades de apoyo;
  2. b) Creando comunidades más seguras;
  3. c) Permitiendo comunidades más –y mejor– informadas;
  4. d) Fomentado el compromiso cívico;
  5. e) Haciendo comunidades más inclusivas.

 

Para llevarlo a cabo, Facebook puede desarrollar y tiene los datos y números (más de 2.000 millones de usuarios) para intentar mejorar y avanzar en este objetivo ambicioso: “Nos tomamos nuestra responsabilidad muy seriamente y […] hacer nuestra parte para construir esta comunidad global”, concluye Zuckerberg.

Ideas, cambio y el papel del CEO

Entonces, ¿deben los CEOs tener ideas, proyectos y planes establecidos para liderar el cambio social y político? Y, más aún, ¿son creíbles estas propuestas? ¿Son contraproducentes?

El profesor y escritor Yuval Noah Harari analiza en el Financial Times que con este manifiesto Facebook “indica que no es ya únicamente un negocio, sino que está en camino de convertirse en un movimiento ideológico global.” Pero, añade, entre las declaraciones y los hechos existe un gran paso y puede suponer un profundo cambio de todo el modelo de negocio porque, como subraya, es difícil “liderar una comunidad global si tus ingresos vienen de capturar la atención de las personas para vender publicidad”.

Algunas críticas a este tipo de pronunciamientos se centran en consecuencias concretas. Por ejemplo, reaccionando a su manifiesto, Adrienne Lafrance en The Atlantic argumenta que “si el periodismo es un componente indispensable para la comunidad global que Zuckerberg está intentando construir debe darse cuenta de que lo que está construyendo es una amenaza de muerte para el periodismo. Zuckerberg no quiere matar al periodismo como lo conocemos. […] Pero esto no quiere decir que no lo haga.”

O, Kara Swisher en Re-Code destaca la responsabilidad de Facebook en el auge de las fake news que ahora quiere limitar y, por tanto, la pregunta es “si Facebook apoya a Zuckerberg únicamente con dinero y largas cartas o cambia fundamentalmente su propio modo de trabajar”.

En definitiva, como dice Cade Metz en Wired, a pesar de que la misión de Facebook era “conectar al mundo”, sus consecuencias reales –ayudar a construir universos factuales paralelos, debilitar los modelos de negocio de los medios de comunicación e incluso alterar las dinámicas de la política electoral– más que unir a las personas, quizá esté ayudando a separarlas.

Este tipo de críticas y posiciones –completamente legítimas– pueden ser limitadas en cierto sentido. Como indica Josh Constine en Techcrunch, los CEOs rara vez se han preguntado si estamos construyendo el mundo que queremos, pero “la tecnología ha emergido como una fuerza que nos une, junto con el gobierno y la fe. Así, también los capitanes de la industria deben levantarse para aceptar su oportunidad de influir para la mejora de la humanidad en uno de sus momentos más volátiles”.

Como indica Harari, no sirve acusar a Facebook de “Gran Hermano” en el caso de que se comprometa ideológicamente, pero deberíamos pedir al resto de corporaciones, instituciones y gobiernos que contrasten esta visión haciendo también ellos sus compromisos ideológicos. Así, a pesar de los diversos problemas que su manifiesto supone, para Hararisu voluntad de formular su visión política merece ser alabada”.

Entre el negocio y la ideología

El problema más profundo de una posición o proyecto ideológico de una compañía o de su CEO es la credibilidad: ¿Qué hacer si debe elegir entre el negocio y lo mejor para la humanidad? ¿O qué elegir entre lo mejor para los ciudadanos y sus accionistas?

La propuesta del cofundador de WholeFoodsJohn Mackey– intenta establecer un punto intermedio y en su idea de capitalismo consciente presenta cuatro bases principales:

1) Todo negocio debería potencialmente tener un propósito más trascendente que “únicamente hacer dinero”. Hacer dinero es necesario pero no un fin en sí mismo.

2) Deber de creación de valor para todos los stakeholders, no únicamente los inversores sino también los empleados, las comunidades, los proveedores, etc., para hacer un mundo mejor.

3) Un tipo de liderazgo distinto con mayor inteligencia emocional y espiritual, personas que quieren servir para el propósito de la compañía.

4) Crear culturas que permiten a los humanos “florecer y llegar a todo su potencial”.

Ante el problema de qué ocurre si algo es bueno para la compañía pero perjudicial para la sociedad, Mackey considera que los negocios conscientes deben evitar este tipo de situaciones y mecanismos. Los negocios conscientes buscan sinergias, no conflictos y, por tanto, si existe conflicto es que no se ha sido lo suficientemente creativo o innovador en la estrategia.

El ciberutopismo, emprendedores… Y los políticos y la política

Finalmente, otra reflexión importante es si los CEOs y directivos pueden aportar algo al debate global. En la conferencia “Fronteras” que se celebró en la Universidad Carnagie Mellon en Pittsburg en octubre de 2016 se trató sobre lo que el gobierno americano estaba haciendo para gestionar el futuro. El entonces Presidente Obama se dirigió a muchos fundadores de startups y a Silicon Valley en general pues es allí donde, en muchos casos, se piensa que el/los gobiernos deberían tomar prestados el modo de hacer de las empresas tecnológicas. Pero Obama responde de un modo claro a la supuesta equivalencia entre política, cambio social y dirección de empresa: “alguna vez hablo con CEOs, vienen y me cuentan historias sobre el liderazgo y cómo hacen las cosas. Y yo les digo, si todo lo que hiciera fuese hacer un widget o producir una app, y no me tuviese que preocupar sobre si las personas pobres se lo pueden permitir o si no me tuviera que preocupar sobre si esa app tiene consecuencias inesperadas –dejando de lado mi temas relativos a Siria y Yemen– entonces esas sugerencias serían espectaculares”.

Pero el mundo no es así y por eso –continúa Obama– la idea expresada por “la comunidad científica, la tecnológica, la empresarial, de que lo que debemos hacer es cargarnos el sistema o crear una sociedad y cultura paralela porque el gobierno se encuentra inherentemente roto”, está equivocada.

Su reflexión, por tanto, es clara: “el gobierno nunca se gestionará como Silicon Valley porque, por definición, la democracia es confusa” y el gobierno realiza tareas muy confusas.

El papel de las ideas…Y de las empresas

Como hemos visto, muchas empresas y CEOs están cambiando el modo tradicional de pensar la empresa y su papel dentro de los sistemas. Como indica Harari, “que los negocios y las empresas generen beneficios proveyendo de bienes públicos y beneficios para la comunidad no es negativo, pero las expectativas no deberían ser excesivas. La historia nos muestra que los grandes cambios políticos y sociales no se canalizaron a través de las grandes empresas: para ello se establecen iglesias, partidos y ejércitos”.

También es cierto que los cambios que estamos experimentando en la actualidad –y su velocidadno tienen precedentes. Igualmente, el nivel de desarrollo y peso de la empresa privada en general no tiene un antecedente claro. En este doble proceso de cambio profundo y papel de las empresas, los CEOs pueden desempeñar un rol importante en la discusión económica, pero también en la política y social. Con alguna cautela, como indica Harari, pero deberíamos acostumbrarnos y –es más– pedir que más empresas y organizaciones presenten sus ideas, sus principios, sus valores y propuestas para una sociedad y una política en cambio, siendo conscientes de las limitaciones y de las diversas opiniones, sensibilidades y valores, pero sin perder de vista que su aportación puede sin duda ser muy relevante a la hora de discutir el futuro de todos.