Claves

  • China ha gastado y aún gasta miles de millones en el mundo en su política de “caer bien”. Por eso abraza el comercio, se erige en respetuoso firmante del Acuerdo contra el cambio climático o crea una Agencia para el Desarrollo. ¿Será suficiente para compensar en términos de reputación y eficacia?
  • En esa estrategia china, el país también quiere desembarazarse del eslogan “Made in China” y apostar por el liderazgo tecnológico y productos de alto valor añadido. ¿Se puede conseguir con un Estado tan intervencionista y sin libertad para el talento?
  • Los expertos vislumbran un término medio producto de la falta de democracia. China tendrá el liderazgo económico en términos absolutos, pero irá a la zaga en el liderazgo global en cuanto a valores y patrones de comportamiento y gustos. Algo que supone, de facto, un freno insuperable a su intención de convertirse en una superpotencia que destaque sobre todas las demás.

 

La estrategia china y su apuesta por mejorar su imagen global asumiendo el comercio abierto o la lucha contra el cambio climático, además de la creación de una Agencia para el Desarrollo, anticipa un cambio de estrategia del gigante asiático en su escalada como superpotencia. Y ante este hecho, cabe preguntarse: ¿es posible dar pasos exitosos en este camino sin transformarse en una democracia?

La paradoja china contradice uno de los vaticinios más comunes de los últimos años de multitud de expertos. Se creía que la consolidación de una nueva clase media emergente traería consigo una demanda de bienestar y libertades incompatibles con el actual régimen. Sin embargo, en el último Congreso del Partido Comunista de China se produjo una vuelta a ciertas esencias doctrinarias, culto a la personalidad del secretario general y reforzamiento de los órganos de control, asistidos ahora por las tecnologías del Big Data y los algoritmos para cercenar, aún más, las escasas parcelas de libertad.

Las cifras económicas, en cambio, siguen relumbrantes, y China se ha erigido en defensor de un sistema comercial global frente a un Estados Unidos reticente. El compromiso de China con la reducción de la contaminación y las emisiones de gases de efecto invernadero le han granjeado la simpatía de movimientos ecologistas. Por otro lado, la estrategia china ha seguido invirtiendo en países en vías de desarrollo, especialmente en África y América Latina, y su influencia es creciente allí. ¿Será suficiente para contrarrestar su pésimo registro en libertades y respeto a los derechos humanos?

Estrategia china: la ayuda al desarrollo como ‘Soft Power’

Una de las novedades del mencionado Congreso del PCCh ha sido la creación de una Agencia para el Desarrollo, similar a la AECID española o la estadounidense USAID, organismos que han tenido y tienen una clara influencia para generar simpatías en aquellos países y regiones donde actúan. China parece haber entendido que su estrategia del “Made in China” –competir en precios– no es suficiente para dar el salto a la superpotencia global que quiere ser. China está gastando, en diversos conceptos y sectores, muchísimo dinero en mejorar su reputación e imagen en el mundo.

Persisten dos posiciones antagónicas respecto al potencial éxito de esta estrategia. Desde una óptica liberal anglosajona, se confía en que finalmente la falta de libertades impida a China hacerse con el liderazgo global. La simpatía se compra, pero hasta cierto punto, y la libertad de ocio, entre otras, ha adquirido un papel fundamental en la configuración global gracias a las nuevas tecnologías de las telecomunicaciones. Los escépticos de este auge resumen las razones en que la intervención gubernamental tan intensa es ineficaz a largo plazo; que las instituciones globales de la posguerra no giran en torno a China y su moneda; y que el país adolece de problemas internos graves, silenciados por la censura, como la desigualdad campo/ciudad, la crisis demográfica y la falta de recursos naturales para una población tan numerosa, lo que lleva a un expansionismo regional mal visto por sus vecinos.

Por su parte, los pesimistas respecto al papel de Occidente en el futuro ante una China imparable se basan en razones como su apego a la globalización en un momento en que Estados Unidos y Reino Unido flaquean en su defensa; en que Occidente quiere que eso ocurra porque el mercado chino global sería gigantesco y económicamente muy atractivo; y, sobre todo, en que China se encuentra embarcada en una carrera de fondo por el dominio tecnológico que terminará liderando a corto plazo. Además, muchos de los que sí creen que China liderará el mundo pese a la falta de democracia y libertades, afirman que la propia época, percibida como incierta y frágil, privilegia el valor de la seguridad al de la libertad democrática.

Economía china, valores occidentales

Hay una postura intermedia en esta dicotomía, aunque también implica una toma de partido. Muchos analistas internacionales, especialmente estadounidenses, han insistido los últimos meses en que a medio plazo es probable que se produzca una suerte de confluencia: poderío económico de China, desplazamiento del eje económico, tecnológico y comercial global al Pacífico. Pero, aun siendo así, con el predominio de valores culturales y morales –a la espera de ver qué sucede con los valores políticos– de Occidente tanto en tolerancia a la diversidad sexual, igualdad entre hombres y mujeres, formas de ocio o ambiciones profesionales. Es lo que el exministro español de Asuntos Exteriores Josep Piqué ha definido como una “síntesis neo-occidental” en su reciente publicado libro ‘El mundo que nos viene. Retos, desafíos y esperanzas del siglo XXI: ¿un mundo post-occidental con valores occidentales?’.

Los cambios geopolíticos y económicos se producen a una velocidad y con una intensidad que hace difícil hacer predicciones a corto plazo. Pero sí parece observarse la tendencia que Piqué resume en su libro ayudado por otros autores que concibieron ideas similares. Cabe deducir, por tanto, que China sí conseguirá ser una superpotencia económica con una capacidad enorme de imponer reglas. Pero le faltará siempre algo para llegar a ser un sustituto completo y real de Occidente: seguirá imponiendo el no la democracia, pero sí a las ideas y los valores que a la larga la sustentan. Y, en este sentido, se antoja inviable que los nuevos pasos de los dirigentes chinos hacia una política de “caer mejor en el mundo” vayan a resultar suficientes para sus objetivos más ambiciosos.