Tendemos a pensar que el futuro –de cualquier cosa, no sólo del dinero– depende en gran parte de los límites que la razón, encarnada en la ciencia como su instrumento más refinado, irá marcando. Ese fue el relato ilustrado que ha prevalecido hasta hace pocos años; un relato que se hizo añicos con la crisis económica. Ahora, en la era de los populismos y el resurgir identitario, ninguna buena idea, ningún progreso se dará sin una batalla cultural. Esta es la que tiene que dar el dinero para ganarse un futuro al servicio de los ciudadanos.

Abundan en las mesas de novedades los libros de ciencia, o los ensayos políticos, filosóficos, económicos, que nos hablan de la influencia de lo biológico en nuestro comportamiento. La neurociencia o la psicología social han dejado grandes ensayos últimamente. Podemos pensar en Homo Sapiens de Yual Noah Harari, o en la serie que Steven Pinker ha dedicado al progreso, o en La mente de los justos, del psicólogo evolutivo Jonathan Haidt, quizá el que con más tino ha explicado los sesgos de confirmación y nuestra propensión a creer mentiras mientras refuercen nuestros prejuicios. También es muy interesante su libro –firmado junto a Greg Lukianoff– The Coddling of the American Mind, una advertencia sobre el dogmatismo e intolerancia en la academia. Algo que también aplica al dinero.

Se insiste en muchos de estos trabajos en la memoria de la especie, en esa capacidad atávica para recordar comportamientos que hicieron, gracias a la evolución, que seamos como somos. Es esta memoria profunda, instintiva, la que se ha puesto en valor últimamente, porque somos mucho menos racionales de lo que creíamos ser y, por contra, tomamos muchas decisiones basados en la misma, lo que comporta dinámicas distintas. Combina con ella la comprensión de las “estabilidades espontáneas”. Hayek hablada de las creaciones del género humano que han venido para quedarse, y el dinero como instrumento de cambio, medida de valor y depósito de ahorro, es una de ellas.

Y es aquí, con la economía, y más concretamente con el dinero, donde parece que tenemos un problema evolutivo serio, porque no dejamos de cometer los mismos errores, y no funcionan ni las apelaciones racionales ni nuestros instintos de especie. Siendo todo lo económico y monetario esencial en la buena salud del individuo y la sociedad, no deja de extrañar que la memoria de la catástrofe económica dure, como decía Galbraith, apenas una década. Da igual que sea la gran inflación alemana de entreguerras, que la catástrofe opuesta y de similar malignidad que supuso la gran deflación americana.

¿Acaso no hemos visto cien veces en la historia los abismos a los que nos llevan el proteccionismo y el nacionalismo económico tan queridos de dictadores y líderes populistas? Así es, y, sin embargo, volvemos a acariciar una guerra comercial abierta y otra de divisas, más encubierta y peligrosa, que nace en el corazón mismo de los países que dieron forma a la globalización librecambista. La batalla de ideas es clave para recuperar no sólo los fundamentos racionales sino también la experiencia histórica, tozuda en cuanto a resultados prácticos pero menos que la insensatez cortoplacista y miope imperante.

Un mundo abierto

Las noticias sobre el futuro del dinero, y en concreto sobre su inmaterialidad, bien como dinero “fiat” que descansa exclusivamente en la confianza en el sistema político, en el Estado, o bien como criptomonedas basadas en la confianza mutua entre ciudadanos privados del mundo, son constantes. Recientemente ha habido dos que marcan tendencia: por un lado, Chicago abre su mercado de futuros a las criptomonedas. Por otro, Fidelity es el primero de los institucionales privados en crear una filial para la gestión y custodia de activos de este tipo de dinero.

El futuro del dinero se construirá con nuevas herramientas, entre ellas, la digitalización, y esto comportará la internacionalización y la horizontalidad. El dinero en papel y en moneda está destinado a desaparecer, entre otras cosas porque, más allá de incomodidades logísticas, propicia enormes distorsiones al facilitar la economía sumergida y delincuente. Otra cosa será si el dinero digital continuará como monopolio de los Estados o la revolución digital hará posible las criptomonedas como alternativa como alternativa competitiva, horizontal y privada.

Existe una tecnología sólida para las criptomonedas, el blockchain o cadena de bloques, que es un registro de datos de seguridad muy alta que aumentará la confianza de los usuarios en la viabilidad teórica de esta nueva manifestación formal del dinero, y que ha nacido con él pero que ha cobrado vida propia más allá de su función inicial instrumental.

Siendo esto así, cabe preguntarse el porqué de tanto temor político y cultural a esta nueva etapa en la forma del dinero. No existe una barrera tecnológica, sino de otro tipo. Es la quiebra del monopolio de emisión, el debilitamiento de la política monetaria como instrumento principal de ingeniería social, la desaparición de los límites estatales… Es un reto público, de organización económica y social de gran magnitud.

Y tiene sentido que así sea, pues las nuevas monedas, que surgen de abajo arriba, vienen a cuestionar monopolios de poder bien asentados: los del Estado-nación y su rol en la emisión monetaria. Esta nueva etapa del dinero cuestiona algunos fundamentos conceptuales del Estado-nación, y estando como estamos en plena regresión nacionalista, no es extraño que los neonacionalistas y populistas, enemigos de la globalización, vean en estas iniciativas innovadoras un peligroso enemigo. La libertad siempre lo ha sido para ellos. Seamos conscientes, por tanto, en el papel esencial que juega la batalla de ideas en el futuro del dinero, que no será nunca –aunque a veces así lo creyéramos– un asunto meramente técnico.

Haríamos mal en subestimar estas dos barreras, la política (por que ataca un monopolio del Estado-nación) y la cultural (porque se produce con una tecnología de la que la ciudadanía aún desconfía). Es necesario hacer pedagogía del cambio, algo que ha fallado en estos años y que ahora, si volvemos a tomar como termómetro las novedades en las mesas librerías, sí que parece estar cambiado. Pienso en los libros del mencionado Pinker, en Luis Pérez-Breva, del MIT y su libro sobre la innovación, o en el libro de Carlos Domingo sobre criptomonedas y blockchain, que tuve el honor de prologar. Recientemente se ha incorporado otro de impecable factura, El patrón bitcoin, del economista Saifedean Ammous. El libro lo prologa un referente para pensar el futuro del dinero y de la economía, el financiero y ensayista Nassim Taleb.

Reputación y otros intangibles del dinero

Con libertad y horizontalidad, la información fluye de forma directa e inmediata, con lo que los individuos tienen la capacidad de aprender a tomar mejores decisiones. Hay menos distorsiones, y esto reduce el riesgo, entre otras cosas, de burbujas de activos. También se recupera al ciudadano libre, responsable de sus decisiones y gestor de riesgos, frente a la actual dejación de responsabilidades en el Estado, para convertirse en consumidor protegido.

Por supuesto, y para no alimentar posiciones absolutas que a nada conducen, es necesario modular este nuevo fenómeno, siendo el mejor ejemplo el necesario control de las formas de criminalidad que se amparan en las criptomonedas, y en general en el mundo financiero global. Otro buen ejemplo sería la necesaria decisión, sí o no, que tendrán que tomar los Bancos Centrales para constituirse en emisores de criptomonedas, y en los retos para un adecuado control de instrumentos ligados al sistema (M3) o el desafío que este nuevo dinero emitido por los bancos centrales supondría para la banca privada, ya que la tecnología actual haría viable a los ciudadanos tener todos los servicios actuales a su disposición en el Banco Central y en la criptomoneda central.

Estos intangibles serán esenciales en el futuro del sistema. Hay que dar esa batalla para recuperar cierta capacidad de acción y poder defender los beneficios que estos cambios pueden conllevar para el conjunto de los ciudadanos.

Conclusiones

La digitalización completa del dinero, en sus distintas formas e innovaciones, nos acercan más a un ideal de progreso universal y, quizás, pueda acabar de una vez con la paradoja de la mala memoria económica de nuestra especie. Un sistema más horizontal y transparente es un sistema más democrático, más legitimo socialmente, más sostenible y económicamente sano, sin embargo me temo que nuestra ‘memoria de pez’ para los asuntos económicos prevalecerá aunque con efectos más amortiguados.

Vivimos momentos complicados, en los que lo nuevo no acaba de llegar y lo viejo no termina de desaparecer. Los Estados intentan retener el control, y de ahí que estemos abocados aún a grandes fluctuaciones e inestabilidad en el valor de las criptomonedas. Pero no hay que verlo como síntoma de inviabilidad, sino del desafío que supone al status quo una novedad tan radical.

Aunque estemos ahora en un momento de zozobra por la vuelta de los nacionalismos y los neosoberanismos, el futuro del dinero seguirá un camino de globalización horizontal y esto será positivo, tanto para los ciudadanos, como en consecuencia para el sector. Deberemos persistir en este relato para una buena batalla cultural.