Claves:

  • La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha supuesto un giro proteccionista en la primera potencia mundial. Los líderes europeos han declarado su desconfianza del otrora aliado y han proclamado la necesidad de una mejor unión.
  • Sin embargo, las posturas no coinciden. Los países acreedores y del norte desconfían de una unión fiscal, militar y política. En cambio, la Francia de Macron ha tomado el cetro del europeísmo e intenta aunar fuerzas en pos de una Europa federal.
  • Las todavía presentes turbulencias financieras y políticas, como las de estas semanas con origen en Italia, hacen que las autoridades de Bruselas insistan en la necesidad de una mutualización general de riesgos y responsabilidades, pero Alemania sigue al mando del dinero. Siendo así, la deseabilidad comunitaria no coincide con los momentos políticos de los Estados. ¿Hacia qué Europa vamos? A una más unida, parece claro. La duda es, ¿hacia una federal o a una intergubernamental?

 

En un discurso muy recordado, la canciller alemana Angela Merkel declaró en 2017 que Europa debía unirse políticamente porque «ya no podemos confiar» en nuestro principal aliado, Estados Unidos. La canciller se refería tácitamente al giro proteccionista de los Estados Unidos del ‘America First’ de Donald Trump. Pero también a la potencial colisión con Rusia del presidente americano y, en general, a su imprevisibilidad política. La llegada del joven Emmanuel Macron al Elíseo en Francia coincidió con esta necesidad, y pronto el nuevo presidente galo comenzó a proponer reformas de las instituciones de la UE. Destacan las propuestas de unión bancaria, unión fiscal y la creación de un presupuesto anticrisis y una suerte de fondo monetario europeo para países que sufran ataques especulativos o padezcan crisis fiscales y financieras coyunturales.

Este diagnóstico cuenta con el apoyo explícito del actual presidente del Banco Central Europeo, el italiano Mario Draghi, y en general con la aquiescencia de los países más castigados por la crisis económica y de deuda soberana en la última Gran Depresión. Por su parte, los países acreedores como Holanda, Finlandia, Austria o Alemania han mostrado su reticencia a asumir este nuevo impulso comunitario. Pero esto no significa que no asuman que es necesario fortalecer la capacidad de maniobra de la UE. La diferencia estriba en el sustento institucional que daría carta naturaleza a esta nueva UE.

El enfoque de los países del sur y deudores apuesta por reducir la capacidad de veto y decisión de los Estados en la UE, y fortalecer, en cambio, a la Comisión Europea, el BCE y el Parlamento Europeo. Además de crear nuevos mecanismos, como el fondo monetario europeo y el presupuesto anti-crisis. Los del norte y acreedores defienden rebajar la ambición federalista y condicionar los avances en la integración al cumplimiento de contrapartidas en forma de reformas estructurales y estabilidad en el cuadro macroeconómico. Su apuesta pasa por reforzar el Consejo Europeo, donde están representados los Estados, y disminuir o congelar las atribuciones de la Comisión y el Parlamento.

El papel de Francia

En lo que sí parece haber consenso tras el distanciamiento con Estados Unidos es que esa unión, sea federal o intergubernamental, debe reforzar sus capacidades militares y aumentar su presupuesto en defensa hasta acercarse al 2 % del PIB. Pero, de nuevo, este aumento y coordinación, donde la OTAN tiene un papel importante, es también independiente del enfoque federal o intergubernamental. Por tanto, las urgencias militares no parece que vayan a tirar en una dirección u otra en este caso. Es un diagnóstico compartido, y por tanto no es de parte.

Sí puede ser definitivo el papel de Francia. País entre el sur y el norte, su poder político y demográfico lo acercan más a las potencias acreedoras, pero su cuadro macroeconómico se parece más al de los deudores. Su posición será, por tanto, esencial para decantar la jugada en un sentido en otro. Con el agravante, además, de estar ante un momento especialmente delicado en la situación política y financiera en el sur debido a la inestabilidad italiana. El populismo no remite en el país transalpino, y el europeísmo no remonta, según el último eurobarómetro.

Hasta el momento, Macron ha sido firme en su defensa del modelo comunitario del sur frente al intergubernamental del norte. Su fortaleza política interna –donde está consiguiendo sacar adelante muchas reformas sin que las protestas puedan ponerlas en duda– ayuda en sus propósitos en Bruselas y Berlín. Su discurso el mes pasado ante el Parlamento Europeo dejó clara su apuesta. Aunque sus esfuerzos, de momento, no se están traduciendo en hechos concretos. Alemania sigue diciendo no a las principales propuestas federalistas mencionadas, y potencias como España ya han rebajado las expectativas ante la negativa de los acreedores. Se ha impuesto un realismo teñido de resignación.

La cumbre europea de este mes de junio se prevé clave dado el número de problemas a debatir, desde el Brexit a la guerra comercial con Estados Unidos, pasando por la situación en Italia o las dudas sobre el comportamiento político-legal de los países del grupo de Visegrado (Polonia, República Checa, Eslovaquia y Hungría). También se tratará la situación migratoria y la tensa relación con Rusia. Problemas serios que harán difícil que tomen protagonismo los temas de fondo de la estructura del edificio comunitario.

Es de esperar, por tanto y pese a los esfuerzos de Francia, que la UE siga echando el balón hacia adelante y que se imponga el modelo intergubernamental. Incluso países euro entusiastas como España han rebajado sus peticiones para la reunión. Además, Draghi acaba este próximo año su mandato al frente del BCE, y se perfila como su sucesor el presidente del Bundesbank alemán, contrario a toda reforma federalista. De momento, la UE parece conformarse con sobrevivir, a la espera de tiempos más propicios para profundizar en la unión política, económica y financiera federal.