Claves

  • A finales de los años 60 surgieron a nivel global una serie de movimientos estudiantiles universitarios que constituyeron una nueva categoría social y cultural: los jóvenes en acción.
  • En la actualidad, la universidad está conformada por una mayor pluralidad, pudiendo ser un escenario privilegiado de cultura democrática y plural.
  • Paradójicamente, sin embargo, se aprecia una progresiva y cada vez más generalizada apatía política entre los estudiantes y una cierta desafección, que afecta a la movilización estudiantil en el escenario universitario.
  • Entre otros factores, se trata de una cuestión de política educativa, pues el actual modelo de universidad está dejando de lado la formación humanística y la necesaria educación ciudadana para el compromiso cívico y político.

 

En estos días se están recordando los 50 años de aquel ya histórico (y también mitificado) Mayo del 68 en el que los movimientos estudiantiles universitarios tomaron las calles y alzaron su voz contra las injusticias sociales como muestra de una genuina manifestación de una nueva categoría social y cultural: los jóvenes en acción. Un movimiento estudiantil a escala global que fue expresión significativa de una onda expansiva que no solamente circunscribió sus protestas, reivindicación y malestar al territorio francés. Este carácter “expandido” global que representó el 1968 tuvo su reflejo en numerosas e intensas actuaciones de jóvenes y estudiantes en otros escenarios como, por ejemplo, la Paseata dos Cem Mil (Río de Janeiro), la Primavera de Praga, la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco (Ciudad de México), la Gran Revolución Cultural y Proletaria china o las manifestaciones estadounidenses por la Guerra de Vietnam.

La gama de experiencias de estos diversos movimientos estudiantiles fue amplia y variada, dependiendo de los diferentes rasgos culturales, sistemas políticos y coyunturas económicas, pero todas ellas contienen, sin embargo, algunos elementos comunes: las reivindicaciones y las movilizaciones sociales; las sinergias, influencias e intercambios internacionales de los movimientos estudiantiles; los trasfondos y motivaciones políticas y pedagógicas de las aspiraciones de los universitarios; la capacidad de movilización social y negociación con las instituciones y actores políticos; el componente filosófico y el trasfondo sociológico de los “jóvenes en acción”; las culturas y contraculturas juveniles; o los discursos y las experiencias de desarrollo social, cultural y político en los entornos comunitarios.

50 años después de Mayo del 68

Medio siglo después de esta efeméride política, social y educativa, cabe preguntarse por una gran paradoja presente en los estudiantes actuales y la universidad como institución. La universidad ha dejado de ser una institución para las élites, habiéndose democratizado el acceso a la misma gracias a un aumento general del nivel educativo de la población y a una política de becas y ayudas al estudio. Hoy la universidad –como su propio origen etimológico latino indica– es más “universitas” o universal que nunca, estando conformada por una pluralidad social estudiantil mucho mayor que hace 50 años. Debería ser pues, un espacio o ágora de convivencia más pedagógica, política y dinámica que antes, un lugar en el que la comunidad universitaria en general y los estudiantes en particular, mostraran y manifestaran con libertad sus opiniones y reivindicaciones, movilizándose y participando de una cultura democrática y plural.

Sin embargo, se aprecia una progresiva y cada vez más generalizada apatía política entre los estudiantes y una cierta desafección, que afecta a la movilización estudiantil en el escenario universitario. A pesar de encontrarnos de nuevo en una “encrucijada” geopolítica global y globalizada, todo parece indicar que la universidad como espacio y los “jóvenes universitarios en acción” como categoría social, han perdido fuerza y protagonismo. No queremos con esto indicar que la juventud actual no aproveche su libertad de expresión ni que deje de manifestar sus opiniones, lo que sí queremos afirmar y constatar es que, cada vez más, dejan de actuar como colectivo (estudiantes) y que la universidad está dejando de ser el escenario de sus reivindicaciones. De alguna manera podemos decir que se han venido a sustituir las calles, plazas y universidades (espacios públicos) por otros, aparentemente, más privados o individuales. Existe una amplia “cibermovilización” en internet (basta con observar el éxito de plataformas como change.org) y en redes sociales, con una interconectividad virtual que favorece la libertad de expresión digital que, sin embargo y de manera paralela, va en detrimento de la movilización estudiantil y universitaria.

Este giro individualista no es un fenómeno o cuestión generacional, sino educativa. Sin pretender ser reduccionistas ni obviar la multicausalidad de las circunstancias sociales, políticas, económicas o culturales que explican este comportamiento, queremos hacer hincapié en el elemento pedagógico que afecta a la esencia misma de la universidad como institución. El actual modelo de universidad cuya mayor preocupación es formar trabajadores para mejorar la empleabilidad y el futuro laboral, está dejando de lado la formación humanística, el espíritu crítico y la necesaria educación ciudadana para el compromiso cívico y político. En efecto, una de las funciones de la universidad es formar profesionales competentes y competitivos, pero en ese proyecto pedagógico no se puede olvidar la formación integral en otro tipo de competencias de índole más social y cívica. La universidad no debería convertirse en una institución en la que los estudiantes (clientes) adquieren un título de grado o postgrado (producto). La universidad ha sido y es algo más, una institución de educación superior en la que el pensamiento crítico y la formación para la participación cívica y política, ayude a formar no solamente trabajadores, sino profesionales y ciudadanos comprometidos. No se trata de hacer un alegato del pasado ni volver al “mayo francés”, pero sí de reivindicar y recuperar ese espíritu educativo integral que llevó a los estudiantes en el Mayo del 68 a “ser realistas y pedir lo imposible”.